viernes, 11 de septiembre de 2009

NIÑO MALCRIADO, NIÑO SIN NORMAS



Aunque el término “consentir” puede entenderse como dar cariño o proteger, en la práctica tiene otro significado: sobreproteger, maleducar o malcriar a un niño.

El clásico niño malcriado es aquel al que le resuelven todo, cuando ya es capaz de vestirse y comer, así como de tener hábitos de limpieza y cuidado de sus cosas. No respeta límites, mucho menos la autoridad, a menos que sea por miedo; no sabe que existen horarios, ni lugares para comer; reglas y consecuencias claras cuando éstas no se cumplen e ignoran las razones por las cuales las normas se deben cumplir.

Algunos padres, ven la sobreprotección como una muestra extraordinaria de amor que sus hijo aprecia, sin darse cuenta de la otra cara de la moneda: se le quita la oportunidad de sentirse autónomo e independiente, por lo que más tarde se acostumbrará a no hacerse responsable de sus actos.

Las reglas, los límites y las consecuencias ayudan a los niños a predecir su medio ambiente y cuando lo hacen, aumenta su confianza.

De esta manera adquirirán seguridad en sí mismos y autonomía, ya que saben que va a pasar y como responderá el medio ambiente ante sus acciones.

El aumento de agresividad en nuestros pequeños empieza a ser preocupante. Se pelean, imitan a sus héroes violentos, contestan, no obedecen y algunos padres desesperados ceden para evitar los conflictos. ¿Donde están los límites? ¿Cuándo hay que empezar a decir no?


Cuando son pequeños, nos cuesta tolerar su llanto y pataletas y acabamos dándoles todo lo que piden sin tener en cuenta si se lo merecen o no, si se esfuerzan o no, y sin pensar en las consecuencias que este tipo de educación tendrá en un plazo no muy lejano.

Fijar límites

Fijar límites, poner normas y ejercer la autoridad era hace una generación una tarea mucho más fácil, con menos complicaciones. Norma no cumplida se convertía en sanción segura. Los límites eran los mismos, o muy parecidos a nivel familiar y social.

Los objetivos de la sociedad coincidían con los de la familia. Esto convertía a cada adulto en “autoridad” frente a todos los hijos e hijas, propios o ajenos. Y las normas eran casi las mismas para todas las personas adultas.

Cuando no funcionaba, aparecía la agresividad verbal y física, las amenazas y el miedo a las consecuencias por haberse saltado el límite.

La situación ha cambiado, y las relaciones interpersonales dentro de la familia son más abiertas y cercanas. Ha aumentado el dialogo, e intentamos que los modos sean más positivos.

Pero algo nos está fallando. La autoridad y la disciplina, que antes se apoyaban en la imposición, ahora es muy difícil ponerlas en práctica.

Nos resulta complicado conjugar en un modelo el respeto a los sentimientos, el diálogo y el desarrollo de responsabilidades por un lado, con el ejercicio de la autoridad y la disciplina por el otro.

Normas y leyes

Toda sociedad necesita tener sus normas y leyes que sean el marco dentro del cual las personas vivimos y nos relacionamos unas con otras. Son normas y leyes claras, que no admiten muchas interpretaciones y que nos dan seguridad.

Estas normas están, como característica primordial, asociadas a un castigo o responsabilidad por incumplimiento, consiguiendo que cada cual sea responsable de las consecuencias de sus conductas.

Este modelo ha de ser el mismo que funcione en la familia.

Por ejemplo:

  •   El que un hijo llegue más tarde de la hora a casa, puede tener una consecuencia inmediata, comunicada de antemano: el próximo fin de semana no saldrá. Esta norma, correctamente entendida no es un castigo a una acción. Está en manos del hijo tener la posibilidad de salir el próximo fin de semana. De la misma manera que sabe que si no llega a la hora, es él que está decidiendo asumir la consecuencia de sus actos

  •  Si un niño no recoge los juguetes del suelo de su dormitorio antes de dormir, la consecuencia, que el ya conoce, será que los recogerán sus padres y que no volverá a sacarlos en una semana. Si conoce la norma y las consecuencias de su incumplimiento, el será quien elige que hacer. Y será el responsable de lo que ocurra.

Aprender este sistema es fácil, si quien lo enseña, lo hace correctamente.


Las normas en casa

¿Cómo son las normas en casa? ¿Quién las pone? La experiencia nos dice que cuando los hijos e hijas participan activamente en la elaboración de las normas, en la familia o en los centros escolares, el grado de cumplimiento es muchísimo más alto, presentándose menos problemas.

Sin embargo, demasiadas veces, son los padres quienes unilateralmente elaboran e imponen las normas. Y son normas que no entienden, con las que no están de acuerdo y que, a veces son innecesarias, superfluas o poco adecuadas.

Otras veces no está hablado de antemano cuáles serán las consecuencias de jugar con el balón en el salón o, pintar las paredes de casa o, mentir deliberadamente para eludir un castigo..... Esto hace que la reacción, en caliente, fije un castigo excesivo e injusto...

El problema principal es la falta de coherencia de los padres que amenazan excesivamente y que llegado el momento, no cumplen con la sanción impuesta por comodidad, pena o cualquier otra causa.

Resumiendo, una familia en la que se castigue sin avisar, exigiendo muchas normas con las que hijos no están de acuerdo, y en la que se relaja o se evitan las consecuencias de sus conductas negativas es totalmente incompatible con un ambiente mínimamente disciplinado.

Habitualmente el número de normas en cada familia suele ser enorme. Tantas que su cumplimiento resulta imposible.

Como también es dificilísimo y negativo dedicar la mayor parte del tiempo a perseguirles recordándoles cada una de ellas.

Recoge las zapatillas, lávate los dientes, ¿Te has lavado las manos?, haz los deberes, no te levantes tanto de la silla.........así se convierten las normas en una serie de ordenes, y con ello se les acostumbra a que lo que tienen que hacer se hace cuando sus padres les avisas.

Otras veces en vez de ordenes, son quejas: ¿todavía no has acabado de vestirte?, ¿es que te tengo que decir todos los días que lleves el vaso del desayuno a la cocina y lo dejes en la fregadera?

Frecuentemente se trabajan como amenazas: si no te quitas los zapatos al llegar a casa, despídete de ver los dibujos animados, vuelve a mentirme y te quedarás diez días sin la consola, si vuelves a dejar tirados los calzoncillos en el cuarto de baño te ................ Y para empeorar el efecto, la mayor parte de las amenazas no se cumplen.

Esto se convierte en un juego entre hijos y padres . Un juego con reglas cambiantes, que dependen mas de cómo se ha pasado el día, cómo se sienten los padres y lo cansados que puedan estar. Un juego que suelen perder los padres.

Por tanto, para hacer la disciplina más flexible y firme hay que tener en cuanta una serie de aspectos esenciales.

  •  Elaborar o hablar las reglas o normas, su necesidad y las condiciones en las que se deben cumplir con los hijos. Por ejemplo, por qué es necesario lavarse los dientes , avisar cuando se va a llegar tarde , no mentir , ducharse todos los días , no dejar la ropa o los juguetes tirados etc.

  • Para evitar la excesiva repetición, hay que pensar qué consecuencias puede tener el incumplimiento de cada una de las normas. Y tratar de llegar a un acuerdo en este punto.

  •  En los dos pasos anteriores se ha de ser flexible. Contar con todos los puntos de vista, y ceder un poco para que los hijos aprendan igualmente a ceder.

  •  A partir de aquí, para que el proceso discurra positivamente se ha de ser firme. Y ser firme quiere decir cumplir lo hablado. No permitirles en ningún momento traspasar el límite, sin excepciones

“Les damos demasiado a nuestros hijos, pero les exigimos muy poco.”

miércoles, 9 de septiembre de 2009

LA VUELTA AL COLE



Septiembre trae consigo el fin de las vacaciones y la vuelta al cole: libros, estuches, mochilas, chándal, actividades escolares , los primeros fríos del otoño y ... el síndrome postvacacional.

El síndrome postvacacional no afecta solamente a un 15% de los adultos. También afecta a los niños entre un 5 y un 8%, principalmente a los hijos de padres que también sufren con los síntomas de este síndrome. Tristeza, apatía, decaimiento, falta de concentración, ansiedad e irritabilidad, son las principales señales que pueden indicar que un niño está afectado por el síndrome. Si el cuadro avanza, los niños pueden ser físicos, con dolores de cabeza, de estómago o insomnio.

Cómo prevenir el síndrome postvacacional

El síndrome postvacacional provoca molestias físicas y psíquicas en los niños. Para prevenir estos problemas los expertos aconsejan que los padres ayuden a sus hijos a recuperar la rutina escolar por lo menos una semana antes de empezar el colegio. Para eso, hace falta algunas recomendaciones para volver a la rutina, como por ejemplo:

  • Establecer nuevos horarios para dormir y despertar. Poco a poco, ir ajustando el horario de las vacaciones con los de la época de colegio. Eso ayudará al niño a que no acuda el primer día de cole cansado. Evitará que esté irritado y malhumorado.

  • Determinar un horario, todos los días, para que los niños revisen lo que fue estudiado en el curso anterior. Conviene que den una ojeada en las tablas de multiplicar, en algún tema de Lengua, de Conocimiento del Medio, de Ingles, para evitar alguna inseguridad que pueda sentir al iniciar un nuevo curso.

  • No dejar todo para la última hora. Ni la compra de los libros, ni del material escolar que aún falta, de la mochila, estuche, del uniforme o ropa casual. Los niños podrán participar en tareas como forrar los libros, poner su nombre en los libros, limpiar los zapatos, etc. Eso evitará la ansiedad y la preocupación de los niños.

  • Sería interesante que el niño entrara en contacto con sus mejores amigos del cole e intentara encontrarse personalmente con ellos para jugar, y así romper un poco el hielo del reencuentro.

  • No se debe dar tanta importancia cuando el niño se queja de que tiene que volver al colegio. ¿A quién no le gustaría estar siempre de vacaciones? Por esta razón, no le haga tanto caso, y busca adoptar una actitud positiva en cuanto al colegio, para él. Ya verás que cuando lo recojas en el colegio el primer día, él volverá encantado y contento, y lleno de novedades para contarte.

El síndrome postvacacional suele durar de dos días a una semana. No se trata de una enfermedad, por lo tanto, no hay que dar vueltas al tema. Que no cunda el pánico. Es apenas una etapa de transición. Solo deberá preocuparse de verdad si, al cabo de dos semanas, el niño sigue no queriendo ir al colegio. Seguramente será por otro motivo.